sábado, 10 de agosto de 2013

Hacer algo

A veces, es tan difícil mirarse


Esto ya tiene casi un año, pero bueno, acá va. Ya se verá si gusta o no:


Hacer Algo


¿Cómo le miras a los ojos? ¿Cómo le miras a los ojos, sabiendo lo que ha hecho, lo que va a hacer, lo que está haciendo y lo que nunca dejará de hacer? ¿Cómo, cuando sabes que perderá sus mejores años inconsciente, con imbéciles que no le llegan a la altura de las rodillas? No hay una respuesta fácil a ésto; cierra la puerta del coche, saluda a sus amigos, a los que tú observas casi a hurtadillas desde detrás del volante. Después, va a gastarse un dinero que no es suyo, que es tuyo y de tu mujer, del que vosotros sois responsables, en envenenarse como si fuera parte de una secta. En un sitio que tú conoces; un sitio que tú conoces muy bien. Y finalmente, le recoges, y aunque te esmeras en sonreír, ni siquiera sabes si recordará tu gesto al día siguiente; o nada de lo que ha pasado durante esa tarde.

¿Cómo le miras a los ojos? La respuesta es sencilla, pero no es fácil: no le miras a los ojos. Es sencilla, porque se basa en lo mismo que haces siempre: cuando te cabreas con el vecino por el ruido, con tus hermanos por la salud de tu madre, con el jefe. Se basa en no hacer nada, en dejarlo pasar, en laissez faire, del poco francés que puedo recordar. En la Libertad. En la Libertad para dejarse morir. Pero hay quien toma decisiones más sencillas: el que no acerca a su hijo en el coche, y le da dinero para el tren, aunque es totalmente consciente de que le está dando mucho dinero de más. El que sabe lo que ir a tomar algo significa; a esa edad, nadie se toma un café.

Pero no es fácil, ¿Saben? No. Tienes la misma sensación que cuando vas a un circo y ves un elefante encadenado o, aún peor, imagínense un elefante ciego y que, al estar ciego, no sabe que está atado y piensa que hiriéndose a sí mismo podrá correr en libertad. Esa es la sensación de ridículo. Y no es fácil, en ningún sentido, ver a tu hijo en esa situación. Sufriendo en libertad. Martilleándose como un imbécil. Hay algo más terrible que mirarle a los ojos, ya que en su inconsciencia no ve lo que le estás permitiendo hacer: más terrible aún es mirarte a los ojos, aunque sea en el espejo del retrovisor, aunque sea en el lavabo a llegar a casa.

Yo no soy responsable. Le he dado la mejor educación que he podido. Le eduqué en valores, en comunicarse conmigo, con su familia, con todos. En que el alcohol sólo te ayuda a escapar de una realidad que, en cualquier caso, existe y que hay que afrontar. Que los problemas se resuelven hablando, y no metiéndoles debajo de la alfombra con una escoba. Estuvo en charlas, es más, sabe perfectamente lo que ha pasado en su familia. No, desde luego, no es culpa mía. Ni de su madre, ni de sus profesores. No es culpa de su educación.

Él no es responsable. Mis años de adolescencia también fueron terribles, conozco a poca gente que no sufriera en su adolescencia. Él se encuentra solo, no significa que lo esté, pero así se siente. En sus años, poco importa lo que le hayamos dicho mi mujer y yo. Él está frente al mundo, y debe descubrirlo todo. Precisamente, descubrir; él quiere descubrirlo todo, y por su propia cuenta: para él América no se descubrió en 1492 hasta que la haya pisado y repisado. Él no tiene la culpa, y sus amigos, tampoco la tienen: sufren tanto como él, y no han sido malos chicos, quizá traviesos, pero no malos chicos.

Con ironía, pensé que el tendero es el que saca beneficio de ello. Y sin duda, saca beneficio económico. Vive a base de eso. Vende chocolatinas, pero Viernes, Sábados, y cuando hay conciertos, se saca una extra a base de vender tetra briks de vino a los chavales. Si son menores, tampoco hay que ponerse melodramático; él aprendió a beber tan pronto como ellos y, joder, si pueden ir al ejército a matarse, ¿Cómo es que no pueden beber un poco de alcohol? Esa pequeña extra,además, les ayuda en cosas cotidianas: en que su hijo tenga por la Comunión la consola con la que sueña, en que su mujer y él puedan irse algún día a la playa de Canarias, como siempre ha querido. No es su culpa buscar un status como el de los demás. Pero yo no pensé en esto último. Lo único que hice fue, a fin de cuentas, descartar al eslabón más débil. En círculos concéntricos respecto al problema de mi hijo, el que estaba más lejos de mi familia era él. De eso no cabe ninguna duda. Le eché, esperando que con ello se resolviera el problema.

Antes de cometer un crimen, tienes la sensación de que, cuando lo hagas, lo primero que sentirás es miedo, persecución. Pero no es eso: cuando cometes un crimen lo primero que sientes es impunidad. Porque has conseguido hacer lo que has hecho, yo conseguí cargarme a ese hijo de puta que envenenaba a mi hijo, y aunque todo aquello estaba lleno de sangre, no apareció la policía, ni apareció nadie. Me entregué. Quizá no dejé tiempo a que se iniciara una investigación que saliera por todos los periódicos, por encima de cualquier titular. Simplemente, me entregué.

Les conté lo ocurrido a la policía del barrio. Entramos, le amenacé, se me puso chulito y, con un pincho que encontré en la mesa, le golpee una y otra vez en el pecho, hasta que no dejó de gritar. Y el cadáver, ni me limité en moverlo. Lo dejé ahí, detrás de su stand, donde siempre le había visto, vendiendo chocolatinas o vino, sin importarle si era una u otra la cosa que vendía. Solo procurando que su hijo tuviera la Play Station y él tuviera lo suficiente para el Hotel El Triunfador.

Esta historia es más común cuando se habla de droga dura, de la coca, del caballo. Pero lo cierto es que es bastante duro ver a tu hijo joderse la adolescencia por la droga blanda. Yo, en fin, digamos que me adelanté a los acontecimientos. Muerto el perro, adiós a la rabia. Como eran círculos concéntricos, todo debió haber acabado ahí. Lo cierto es que mi hijo ya no bebe, aunque puede haber muchas otras razones para ello que acabar con el círculo más lejano. Con el tiempo, a veces me planteo si no era una cuestión de círculos, sino de eslabones. A lo mejor, si yo me hubiera plantado a mi jefe y a mis vecinos, si cada uno de éstos a los suyos, si la mujer al marido, el hijo al padre y el padre al hijo, quizá nada de ésto hubiera sucedido. Quizá, al final, todo esto era una cuestión de cadenas. Pero eso ya no importa. Ahora, levanto la cabeza y miro fijamente, sin temblar, mi reflejo en el espejo. Porque, aunque no fuera lo correcto, hice algo.